miércoles, 8 de febrero de 2017

Deshabitar el arte



Por Roma Vaquero Diaz.

Recorrido por Sonoraje, una experiencia de cruce entre la luz y el sonido con la presencia participativa de los cuerpos. 


Llegar a Peras de Olmo, espacio de arte, residencia de artistas y hogar de Graciela Ovejero Postigo, es entrar en un mundo otro y al mismo tiempo, sentirse en casa. La artista tucumana concibe Peras de Olmo como un territorio sin coordenadas, un espacio de resistencia desde dónde pensar el mundo, abierto a la experimentación y a la búsqueda artística.

El motivo para llegar hasta allí, una noche de mayo, fue Sonoraje, un encuentro de artes combinadas donde el sonido es el conductor ceremonial que guía el  rito de iniciación. Sonoraje, construcción efímera de presencia explicita, es una serie mensual de encuentros abiertos con invitados especiales, donde se hacen presentes la experimentación sonora y lumínica junto a otro tipo de poéticas corporales y vocales en contexto, que busca la participación, el sonar y la escucha expansiva durante dos horas.

La noche comenzó coordinada por Julio Lamilla, Nika Zete y los caleidoscopios espaciales de Flujus. Este colectivo internacionalista de improvisación sonora y proyecciones caseras, construye escenas lumínicas sonoras con lupas, vidrios y luces junto a ruidos, cortocircuitos y errores. Para el sonido, usan técnicas extendidas, no convencionales, por medio del contacto directo del cuerpo con placas sonoras de bajo voltaje y una serie de máquinas electrónicas abiertas y disrupcionadas manualmente. Como experimentación  visual, utilizan proyectores analógicos construidos manualmente, presentando un ensamble visual conformado por pantallas múltiples que se desplazan por el entorno, que buscan relaciones simbólicas entre la imagen proyectada y su contexto. 

                Juan José Calarco se sumó para intervenir en el lenguaje sonoro. Su impronta es la de recorrer topografías sonoras y cortocircuitos que movilizan la tierra y expanden paredes. Cerrando la ceremonia, Zigo Rayo Pineal presentó rastros de mapas y de retazos sonoros, alquimia de salvajismo electrónico, improvisación y sonidos ambientes.


Sonoraje y Peras de Olmo proponen correr los límites entre la música, el sonido y el ruido. Habilitar la escucha, la percepción, la vibración corporal con la expansión del espacio y construir una narrativa sonora con la vivencia, un habitar surcado por la luz, las formas, las texturas y el color. Este cruce de lenguajes es una cita a desautomatizarse, a deshabituar los sentidos de manera tal que sea posible lograr una sensibilización desestructurante a los preconceptos acerca del ruido y las figuraciones. Simultáneamente, permite sacudir los parámetros culturales acerca del arte, la presencia y el espectador.


En Sonoraje, las ondas sonoras y lumínicas chocaron en el aire para construir un universo que nos rodeó mientras los cuerpos se dejaron transportar al centro ritual. Sentados en el piso o bailando en los rincones, resonamos. Con esta virtualidad de espacio otro y de espesura onírica, salimos a la calle con la sensación de poseer resortes en los pies que brincan al ritmo de los semáforos. 

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