Por Félix Guattari
Cualesquiera que sean las pseudotolerancias de que haga alarde, el orden
capitalista bajo todas sus formas (familia, escuela, fábricas, ejército,
códigos, discursos…) continúa sometiendo toda la vida deseante, sexual y
afectiva a la dictadura de su organización totalitaria fundada sobre la
explotación, la propiedad, el poder masculino, la ganancia, el rendimiento…
Sin descansar, continúa su sucia tarea de castración, aplastamiento,
tortura y cuadriculado del cuerpo para inscribir sus leyes en nuestras carnes,
para clavar en el inconsciente sus aparatos de reproducción de la esclavitud.
A base de retenciones, estasis, lesiones o neurosis, el Estado
capitalista impone sus normas, fija sus modelos, imprime sus rasgos, distribuye
sus roles, difunde sus programas… Mediante todas las vías de acceso que tiene
nuestro organismo, sumerge dentro de lo más profundo de nuestras vísceras sus
raíces mortales, confisca nuestros órganos, desvía nuestras funciones vitales,
mutila nuestros goces, somete todas las producciones vividas al control de su
administración patibularia. Hace de cada individuo un lisiado, cortado de su
propio cuerpo, ajeno y extraño a sus deseos.
Con ayuda de una gran cantidad de terror social que es vivido como
culpabilidad individual, las fuerzas de ocupación capitalista, con su sistema
cada vez más refinado de agresión, estímulo y chantaje, se ensañan en reprimir,
excluir y neutralizar todas las prácticas deseantes que no tengan por efecto
reproducir las formas de la dominación.
Es así que se prolonga indefinidamente el reino milenario del goce
desdichado, del sacrificio, de la resignación, del masoquismo instituido, de la
muerte: el reino de la castración que produce al “sujeto” culpable, neurótico,
laborioso, sumiso, explotable.
Este añejo mundo, que por todas partes apesta a cadáver, a nosotros nos
horroriza y hemos decidido tomar la lucha revolucionaria contra la opresión
capitalista allí donde está lo más profundamente arraigada: en lo vivo de
nuestro CUERPO.
Es el espacio de este cuerpo con todo lo que produce de deseos lo que
nosotros queremos liberar de la influencia “extranjera”. Es en este lugar que
nosotros queremos “trabajar” por la liberación del espacio social. Entre ambos
no existe ninguna frontera. Yo me oprimo porque yo es el producto de un sistema
de opresión extendido a lo largo de todas las formas de lo vivido.
La “consciencia revolucionaria” es una mistificación siempre que no pase
por el “cuerpo revolucionario”, el cuerpo productor de su propia liberación.
Son las mujeres en rebelión contra el poder masculino —implantado desde
hace siglos en sus propios cuerpos—, los homosexuales en rebelión contra la
normalidad terrorista, los “jóvenes” en rebelión contra la autoridad patológica
de los adultos, quienes han comenzado a abrir colectivamente el espacio del
cuerpo a la subversión, y el espacio de la subversión a las exigencias
inmediatas del cuerpo.
Son ellas y son ellos quienes han comenzado a desafiar el modo de
producción de los deseos, las relaciones entre el goce y el poder, el cuerpo y
el sujeto, tal como funcionan en todas las esferas de la sociedad capitalista,
al igual que en los grupos militantes.
Son ellas y son ellos quienes han hecho quebrar definitivamente la vieja
separación que separa “la política” de la realidad vivida, para el máximo
beneficio tanto de los administradores de la sociedad burguesa como de aquellos
que pretenden representar a las masas y hablar en su nombre.
Son ellas y son ellos quienes han abierto los caminos de la gran
sublevación de la vida contra las instancias mortales que no cesan de
insinuarse en nuestro organismo, para someter cada vez más sutilmente la
producción de nuestras energías, de nuestros deseos y de nuestra realidad a los
imperativos del orden establecido.
Es así que resulta trazada una nueva línea de ruptura, una nueva línea
de enfrentamiento más radical y definitivo, a partir de la cual se
redistribuyen necesariamente las fuerzas revolucionarias.
Ya no podemos soportar que se nos robe nuestra boca, nuestro ano,
nuestro sexo, nuestros nervios, nuestros intestinos, nuestras arterias… para
hacer de ellos las piezas y los engranajes de la sucia mecánica de producción
del capital, la explotación y la familia.
Ya no podemos permitir que se hagan de nuestras mucosas, nuestra piel y
todas nuestras superficies sensibles, unas zonas ocupadas, controladas,
reglamentadas y prohibidas.
Ya no podemos soportar que nuestro sistema nervioso sirva de
retransmisor al sistema de explotación capitalista, estatal y patriarcal, ni
que nuestro cerebro funcione como una máquina de suplicios programada por el
poder que nos cerca.
Ya no podemos sufrir el soltarnos, retener nuestras cogidas, nuestra
mierda, nuestra saliva, nuestras energías, todo esto conforme a las
prescripciones de la ley y sus pequeñas transgresiones controladas: nosotros
queremos hacer volar en pedazos al cuerpo frígido, encarcelado y mortificado
que el capitalismo no cesa de querer construir con los desechos de nuestro
cuerpo viviente.
Este deseo de liberación fundamental, que permite introducirnos a una
práctica revolucionaria, llama a que salgamos de los límites de nuestra
“persona”, a que trastornemos en nosotros mismos al “sujeto” y a que salgamos
de la sedentariedad, del “estado civil”, para atravesar los espacios del cuerpo
sin fronteras y vivir así en la movilidad deseante más allá de la sexualidad,
más allá de la normalidad, de sus territorios, de sus agendas.
Es en este sentido que algunos de nosotros hemos sentido la necesidad
vital de liberarnos en común de la influencia que las fuerzas de aplastamiento
y de captación del deseo han ejercido y ejercen sobre cada uno de nosotros en
particular.
Todo aquello que hemos vivido sobre el modo de la vida personal, íntima,
lo hemos tratado de abordar, explorar y vivir colectivamente. Nosotros queremos
derrumbar el muro de concreto que separa, en interés de la organización social
dominante, el ser del parecer, lo dicho de lo no-dicho, lo privado de lo
social.
Hemos comenzado a descubrir juntos toda la mecánica de nuestras
atracciones, de nuestras repulsiones, de nuestras resistencias, de nuestros
orgasmos, a llevar al conocimiento común el universo de nuestras
representaciones, de nuestros fetiches, de nuestras obsesiones, de nuestras
fobias. “Lo inconfesable” ha devenido, para nosotros, materia de reflexión, de
difusión y de explosiones políticas, en el sentido en que la política
manifiesta, dentro del campo social, las aspiraciones irreductibles de “lo
viviente”.
Hemos decidido romper el insoportable secreto que el poder hace caer
sobre todo cuanto toca al funcionamiento real de las prácticas sensuales,
sexuales y afectivas, así como lo hace caer sobre el funcionamiento real de
toda práctica social que produce o reproduce las formas de la opresión.
Destruir la sexualidad
Al explorar en común nuestras historias individuales, hemos podido
valorar hasta qué punto toda nuestra vida deseante estaba dominada por las
leyes fundamentales de la sociedad estatal, burguesa, capitalista de tradición
judeocristiana, y, en realidad, subordinada a sus reglas de eficiencia, de
plusvalía y de reproducción. Al confrontar nuestras experiencias singulares,
sin importar qué tan “libres” hayan podido parecernos, nos hemos percatado de
que no dejábamos de conformarnos a los estereotipos de la sexualidad oficial,
la cual reglamenta todas las formas de lo vivido y extiende su administración
desde las camas matrimoniales hasta las habitaciones de burdeles, pasando por
los baños públicos, las pistas de baile, las fábricas, los confesionarios, las
sex shop, las prisiones, los colegios, los autobuses, las casas de orgías, etc…
etc…
Para nosotros, esta sexualidad oficial, esta sexualidad a secas, no
conlleva a un problema en torno a si queremos acondicionarla, como quien
acondiciona sus condiciones de detención. Se trata de destruirla, de
suprimirla, porque no es otra cosa que una máquina para castrar y recastrar
indefinidamente, una máquina para reproducir en todo ser, en todo tiempo, en
todo lugar, las bases del orden esclavista. La “sexualidad” es una
monstruosidad, así sea en sus formas restrictivas o en sus formas llamadas
“permisivas”, y está claro que el proceso de “liberalización” de las costumbres
y de “erotización” promocional de la realidad social organizada y controlada
por los administradores del capitalismo “avanzado”, no tienen otro objetivo que
hacer más eficaz la función reproductora de la libido oficial. Lejos de reducir
la miseria sexual, estos tráficos no hacen más que alargar el campo de las
frustraciones y de la “carencia”, la cual permite la transformación del deseo en
necesidad compulsiva de consumir a la vez que asegura la “producción de la
demanda”, motor de la expresión capitalista. De la “inmaculada concepción” a la
puta publicitaria, del deber conyugal a la promiscuidad voluntarista de las
orgías burguesas, no existe ninguna ruptura. Es la misma censura lo que está
obrando. Es la misma masacre del cuerpo deseante lo que se perpetúa. Simple
cambio de estrategia.
Lo que nosotros queremos, lo que nosotros deseamos, es reventar la
pantalla de la sexualidad y sus representaciones para conocer la realidad de
nuestro cuerpo, de nuestro cuerpo viviente.
Eliminar el adiestramiento
A este cuerpo viviente lo queremos liberar, descuadricular, desbloquear,
descongestionar, para que se libere en sí mismo todas las energías, todos los
deseos y todas las intensidades aplastadas por el sistema social de inscripción
y de adiestramiento.
Queremos recuperar el pleno ejercicio de cada una de nuestras funciones
vitales con su potencial integral de placer.
Queremos recuperar las facultades que son verdaderamente elementales
como el placer de respirar, literalmente asfixiado por las fuerzas de opresión
y de contaminación; el placer de comer y de digerir, perturbado por el ritmo
del rendimiento y el repugnante alimento producido y preparado según los
criterios de la rentabilidad mercantil; el placer de cagar y el goce del culo
sistemáticamente masacrado por el adiestramiento intrusivo de los esfínteres,
mediante el cual la autoridad capitalista inscribe incluso en la carne sus
principios fundamentales (relaciones de explotación, neurosis de acumulación,
mística de la propiedad y de la limpieza, etc.); el placer de masturbarse
alegremente sin vergüenza y sin angustia, ni por carencia o compensación, sino
por el placer de masturbarse; el placer de vibrar, de murmurar, de hablar, de
caminar, de moverse, de expresarse, de delirar, de cantar, de jugar con el
cuerpo de todas las maneras posibles. Queremos recuperar el placer de producir
el placer y de crear, despiadadamente mermado por los aparatos educativos
encargados de fabricar trabajadores (consumidores obedientes).
Liberar las energías
Queremos abrir nuestro cuerpo al cuerpo del otro y de los otros, dejar
pasar las vibraciones, circular las energías y combinarse los deseos para que
todos y cada uno puedan dar libre curso a todas sus fantasías y a todos sus
éxtasis, para que puedan vivirse al fin sin culpabilidad, sin inhibición, todas
las prácticas voluptuosas individuales, duales o plurales que tenemos
imperiosamente necesidad de vivir para que nuestra realidad cotidiana no sea
esta lenta agonía que la civilización capitalista y burocrática impone como
modelo de existencia a aquellos que ella enrola. Queremos extirpar de nuestro
ser el tumor maligno de la culpabilidad, raíz milenaria de todas las
opresiones.
Conocemos, evidentemente, los formidables obstáculos que tendremos que
vencer para que nuestras aspiraciones no sean únicamente el sueño de una
pequeña minoría de marginados. Conocemos en particular que la liberación del
cuerpo, de las relaciones sensuales, sexuales, afectivas y extáticas, está
indisolublemente ligada a la liberación de las mujeres y a la desaparición de
todas las formas de categorías sexuales. La revolución del deseo pasa por la
destrucción del poder masculino y de todos los modelos de comportamiento y de
emparejamiento que aquél imponga, así como pasa por la destrucción de todas las
formas de la opresión y de normalidad.
Queremos acabar con los roles y las identidades distribuidos por el
Falo.
Queremos acabar con toda forma de asignación a una residencia sexual.
Queremos que ya no haya entre nosotros hombres y mujeres, homosexuales y
heterosexuales, poseedores y poseídos, mayores y menores, amos y esclavos, sino
humanos transexuados, autónomos, móviles y múltiples; seres con diferencias
variables, capaces de intercambiar sus deseos, sus goces, sus éxtasis y sus
ternuras, sin tener que hacer funcionar algún sistema de plusvalía, algún
sistema de poder, si no es a modo de juego.
Partiendo del cuerpo, del cuerpo revolucionario como espacio productor
de intensidades subversivas y como lugar donde se ejercen al final de cuentas
todas las crueldades de la opresión, conectando la práctica política a la
realidad de este cuerpo y sus funcionamientos, buscando colectivamente todas
las vías de su liberación, producimos ya una nueva realidad social en la que el
máximum de éxtasis se combina con el máximum de consciencia. Ésta es la única
vía que puede darnos los medios para luchar directamente contra la influencia
del Estado capitalista allí donde se ejerce directamente. Éste es el único paso
que puede hacernos realmente fuertes contra un sistema de dominación que no
cesa de desarrollar su poder, de debilitar, de fragilizar, a cada individuo
para constreñirlo a suscribir sus axiomas. Para adherirlo al orden de los
perros.
Traducción del francés: Alan Esbri Cruz
Escrito publicado originalmente de manera anónima en la revista francesa
Recherches n° 12, 1973, edición consagrada a una “gran enciclopedia de las
homosexualidades” titulada “Tres mil millones de perversos”, en la que
participaron Gilles Deleuze, Michel Foucault, Jean Genet, Guy Hocquenghem,
Daniel Guérin, Jean-Paul Sartre, entre otros. El gobierno francés decomisó y
destruyó los ejemplares de la revista y tomó cargos contra Félix Guattari,
director de la publicación, acusándolo de “afrontar a la decencia pública”. [N. del T.]
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